Los Exitosos Pells
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Los Exitosos Pells

Este es un foro de discusion sobre la serie Argentina Los Exitosos pells, y sus actores.
 
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 Ya me van a sacar el cetro

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MensajeTema: Ya me van a sacar el cetro   Ya me van a sacar el cetro I_icon_minitimeSáb Jun 06, 2009 3:15 am

Fuente: Revista C, diario Crítica edición impresa, domingo 29 de marzo 2009

Ya me van a sacar el cetro

Ya me van a sacar el cetro Revista_c_57

El único no sorprendido con su éxito es él mismo. El pibe que robaba pasacasetes en Maipú, Mendoza, sabía desde los 14 años que iba a ser un actor famoso. Tiene claro que está en su racha y que después de Los exitosos Pells puede volver a hacerse de abajo. Pero ya está hecho.

Aquí no hay improvisación. Las respuestas de este reportaje fueron ensayadas por Mike Amigorena hace más de veinte años en el baño de su casa familiar en Maipú, Mendoza, frente al espejo, mientras ponía las caras que dos décadas más tarde popularizaría Martín Pells. Ahí, encantado por la acústica del cuarto, protegido de las miradas indiscretas, practicaba los agradecimientos que daría cuando recibiera –más tarde, más temprano, pero inexorablemente llegarían– el Martín Fierro y hasta el Oscar. El discurso en inglés (en un inglés trucho, de palabras imposibles como "jorsuyeogusopoise" y otras invenciones instantáneas) era uno de sus favoritos. Miraba al público estelar, miraba a la estatuilla imaginaria, cerraba los ojos y entonces "joruseoguysopoise" y otras palabras que salían solas, como si fuera inglés, como si todo eso fuese cierto. Y lo sería, él sabía que lo sería. Por eso este reportaje en un bar chiquito de Palermo, donde saluda a las camareras por el nombre, después de una extenuante jornada de grabación de Los exitosos Pells es algo que Amigorena disfruta –y lo dice, cosa rara en un actor, generalmente entusiasmados en mostrar que atienden a la prensa casi como una dádiva–.

Porque él sabe –desde hace más de veinte años sabe– que este reportaje, las preguntas, las respuestas, son parte de aquel plan en el que siempre confió. En el baño de su casa contestaba también reportajes como este, y era brillante cuando explicaba cómo había construido el personaje que lo llevaría a la fama.

Porque en los 80, cuando era el chico raro de Maipú, él ya sabía todo lo que vendría. Sabía lo de la actuación, lo de la fama, lo del personaje que lo pondría en todas las casas. Sabía que lo admirarían y no había nada que pudiera contra esa certeza. Ni su familia –"Si no hacés el secundario vas a terminar juntando basura en Maipú", le dijo la madre, equivocándose de manera abismal–, ni sus compañeritos de la escuela. Y mucho menos los vecinos que tocaron el timbre de su casa y con cara de pocos amigos le dijeron: "¡Vos tenés el estéreo del Turco García!" Lo sabían porque habían visto a Mike, adolescente, robar el auto del Turco García que estaba estacionado ¡en la puerta de la casa de Mike! "Ya sabemos que lo tenés, así que si no querés que hagamos la denuncia, devolvelo ahora", dijeron.
–Fue la última vez que lo hice.

–¡Robaste un estéreo de un auto estacionado en la puerta de tu casa, en el pueblo!¡Un gil!
–Sí, fui un *$##?¡, pero… yo creía que era un chiste, y se cortó. Me pararon el carro. Así me pasó con muchas cosas, con otras actitudes, que me pararon el carro: "Flaco, no se hace eso"… por esa omnipotencia de "puedo hacer cualquier cosa", casi pierdo un amigo. Fueron momentos formadores, son cosas que no hice nunca más.

Aquellos ensayos en el baño familiar demuestran que Amigorena no sólo nunca tuvo una crisis de vocación, sino que además tiene una intuición profunda sobre su destino. Había un plan "A" que le venía determinado. Él siempre supo que esto iba a ocurrir. Eso –dice– le permite disfrutar de este
momento de exposición y gloria sin volverse loco. Ah, y nunca, nunca hubo un plan "B". Jamás se le ocurrió pensar que las cosas no iban a ser así.

EL LADRÓN DE LA IGLESIA

–Decís "no lo hice más". ¿Habías robado antes?
–Claro. Me metí en una iglesia y robé la corona de la virgen, el cetro de San Antonio que era dorado.

Eran los tiempos en que Mike era monaguillo, así que la cercanía con Dios permitía algunas ventajas. Como por ejemplo, meter la mano en el tarro de lata de pan dulce Musel que había en la sacristía y manotear las hostias que servían de merienda callejera "como si fueran galletitas Rex".

No tenía más de once años el muchacho cuando acompañaba a la devota de su madre, de la congregación de la virgen de Fátima, y mientras la señora rezaba, él imaginaba la logística necesaria para treparse al altar y despegar del yeso la corona de la virgen. Fue lo que hizo con un amigo, con quien después tuvieron que desarmar la joya a martillazos y venderla por trozos. Los treinta pesos conseguidos fueron una felicidad casi tan grande como la travesura, como el "pude hacerlo". Mucho más fácil en realidad era meter, como metía, la mano en la bolsa de las limosnas.

–Pero era como sacar algo de mi bolsillo, no me lo cuestionaba.

–Vos no tenías ninguna "mirada moral" sobre eso.
–No, no, digamos que consideraba que me correspondía.
Maipú, verde y tranquila, conservadora vecina de la conservadora Mendoza, tenía poco más de cien mil habitantes a fines de los 80. Y uno sólo de esos cien mil se teñía el pelo con agua oxigenada. Y el del pelo teñido, encima, no se llama Miguelito, lo que lo hubiera protegido un poco. En su documento habían estampado "Michael", porque no consiguieron ponerle "Mike".
–Eso ya era raro, ¿por qué no me llamaba Miguelito, de Maipú? Bueno, para mí Michael no era raro, era como Juan Carlos. La gente tuvo que acostumbrarse a que yo era raro.

–Los chicos te habrán cargado, ¿cómo sentías eso?
–Me reía de eso. Me chupaba un huevo. Yo pensaba "no estás comprendiendo lo que me pasa, cero". Me reía cuando me decían raro, puto.

–Una personalidad fuerte.
–Bueno, ahora lo cuento así. Tampoco era que llegaba y decía "Buenas, je, me llamo Michael".
En todo caso, lo carga a la cuenta de la intuición. Había un plan hacia el éxito y ese plan había agotado sus días en Maipú.

Claro que era muy difícil explicar a padres formateados en los años 50, con expectativas profesionales y educación cristiana, que el secundario en Maipú no formaba parte del plan. Una
manera de informarles fue repetir tres veces cuarto año.

–Repetí porque de alguna manera les quería demostrar a mis padres que no era el camino

–¿No era más fácil decirles?
–No, no comprendían. Yo era un indisciplinado, un desviado teniendo en cuenta que mis hermanas eran intachables, y yo venía a ser la oveja negra.

–¿Disfrutabas eso?
–Y…no, un poco lo padecía. Yo tenía 13 años, 14, sabía que no iba a terminar el secundario, porque era absurdo para mí, ¿cómo hacía para que mi papá me entendiera? Me cagaba a palos, me correteaba. Entonces me dije: "Bueno, vamos al colegio a hacer malandraje". El último año mi papá fue el colegio y le dijeron: "Pero su hijo casi no vino en todo el año".

Y era cierto. El chico raro del pelo oxigenado había encontrado un lugar maravilloso en donde pasar las tardes: la morgue de la facultad de medicina de la Universidad Nacional de Cuyo.

Los cuerpos en estado de descomposición, las piletas de formol, todo eso atraía al chico de pelo oxigenado y nombre raro que con un guardapolvos blanco se hacía pasar por estudiante de bioquímica. Pasaba las tardes con un riñón, haciendo bromas con los residentes.

–Mi hermana es pediatra, a través de ella vi la grandeza que tiene la anatomía. Siempre sentí curiosidad por el cuerpo humano y es la curiosidad lo que me lleva a ser lo que estoy siendo. Todo lo hago por curiosidad e intuición. No por estudio, soy un gran ignorante.

–Volvés al tema de la intuición ¿tenés idea de dónde viene?
–No, pero hay una seguridad muy grande, algo como: "Seguro, no sé cuándo, no sé qué tengo que hacer para que pase, pero va a pasar".

–¿Eso te ayudó?
–Y…la pasé muy mal Osvaldo. Estoy viviendo de esto hace cinco o seis años, pero hace 17 que estoy acá, y ya era Pells, era como ahora sin serlo. Yo sabía que la gente tenía que ver lo que yo tenía para mostrar, iba a pasar, sabía que tenía algo para mostrar que no lo tenía nadie, seguro. Y sabía que estaba lejos, que no podía ni hablar. Pero que lo iba a conseguir.

A los 13 le dijo a un primo: “Voy a ir a Buenos Aires y voy a ser actor". A los 15 le pidió a su mamá que le armara el bolso, que se venía a la capital. Pero mamá no le dio la emancipación y hubo que seguir fatigando las calles de la ciudad de provincia.

A los dieciocho, sin antecedentes artísticos en la familia más allá de un abuelo bandoneonista y un bisabuelo gracioso, dio el primer paso.

–Dejalo –dijo el padre–, quince días le doy.

Se equivocó. Era una radiante mañana de septiembre de 1991 y Mike, con 300 pesos en el bolsillo, se subió a un Mercedes Benz para hacer su entrada triunfal a Buenos Aires.

Bueno, no tanto, el Mercedes que lo trajo no era uno de esos autos que ahora puede manejar Pells, era un camión 1114 de los que fatigan las rutas argentinas. Y físicamente, el muchachito era lo más parecido a…

–Una nena, una nena con el pelo rubio por acá. Y yo me creía el Macho Paredes.

–Hasta que el camionero te dijo que no.
–Todo el mundo me decía que no. Se me tiraban hombres todo el tiempo, y yo "no…no, todo bien", te vas fogueando pero para mí, era…me daba un infarto. Es que Mendoza es mataputos, y yo, "no, pará, todo bien, pero no", miraba, me llamaba la atención. Me asustaba pero me enriquecía.

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MensajeTema: Re: Ya me van a sacar el cetro   Ya me van a sacar el cetro I_icon_minitimeSáb Jun 06, 2009 3:15 am

Dos certezas

Dos certezas tenía Mike en el 92, año de su radicación porteña. Primero, claro, la cosa esa de la intuición, el éxito, etc. La otra eran los 150 pesos mensuales que su padre le mandaba para pagar una pensión. Ahí cenaba una feta de queso, se sacaba las cucarachas de la cara y se despreocupaba. La fe absoluta hacía el resto. Por lo demás, no tenía una sola idea.

–No tenía siquiera un título de nada, no cazo nada de nada, ¿de qué te voy a hablar? ¿De gastronomía? No puedo. Puedo chamuyar de música y ya no tanto, soy sólo pop de los 80.

Una vez por mes, con tres pesos en el bolsillo, recorría los playones de camiones de Parque Patricios buscando uno que fuera a Mendoza, y así, cebando mates a camioneros solidarios hizo decenas de veces el trayecto hasta que las cosas comenzaron a mejorar.
Un día, ya estaba viajando en micro.
El plan estaba lejos todavía pero algo empezaba a moverse.

El segundo día en la pensión, buscando en los clasificados leyó: "Modelo. Buena presencia para desfiles. Presentarse hoy en el Hotel Bauen". Le dijeron que estaba bien, que tenía pinta, que se parecía a Alberto Mazzini y que empezaba a desfilar al día siguiente. “Después me enteré de que tenés que vender entradas porque si no, no desfilás. Pero yo era de Mendoza no tenía ni un puto contacto... Era como el más bonito, yo y dos más, y me dijeron ‘bueno, desfilá’."


El destino o lo que fuere, empezaba a jugar a favor. En ese desfile conoció a su primera novia.

–Vivía en Acassuso, en un piso. Yo nunca había estado en un piso 11, encima un piso entero. Para mí un departamento era un tres ambientes, esto era una casa… una casa arriba.

Y así fue como comenzó su predestinado camino. Con una novia de Acassuso, tirando cables en el programa Bazar, del cable, y disfrazado de paquete de Chocolino. Y del perro de los zapatos Hush Puppies en Unicenter, con dos chicas vestidas a lo Sara Kay y él saludando a los chicos.

–El plan comenzaba a cumplirse y vos sentías como una impunidad para hacer cosas.
–Claro. Siempre fui humilde, cara de buenito, de "me vine de Mendoza". Todo eso es impunidad. Te agarran en la calle y "no mire, soy de Mendoza", o "disculpame no tengo plata, dejame pasar, soy de Mendoza". "Bueno, pasá".

El destino, esa palabra guía en su vida, le tenía preparada otra sorpresa. El hermano varón que no le habían dado sus padres. Un mendocino de dinero que vino a estudiar a la UADE y de quien se hizo inseparable. Ahí comenzaron los tragos en el Hyatt, las cenas en el Alvear, los partidos de polo.

–La pensión y el Alvear, ese contraste es mi vida. Del barrio y la acequia de Maipú, del baldío a un partido de polo; horrible el polo, me aburre, pero bueno, es así. Es lo que me pasa ahora como artista, Todo lo que hago es así, hago humor, pero ya no, ya está. Me pongo la pollera, ya no me pongo la pollera. Y no es para lavar lo que fui, todo todo eso sirve para lo que hago.

En el año 2000, cuando a la carrera de Mike comienza a sucederle algo parecido a un comienzo de consolidación, el amigo mendocino rico se casó y se fue a vivir a Estados Unidos. Su trabajo ya estaba hecho.

–Y el mío también, imaginate: un tipo al que nunca le faltó nada. Y estaba con un ciruja. Yo le decía: "*$##?¡, vivo con dos pesos y a vos te dan dos tarjetas doradas ¡y te quejás! ¡*$##?¡!” Era la otra parte que nos faltaba. A él y a mí.

Llegó el reconocimiento, tal lo esperado. Llegó el éxito, y con él, las tapas de revista y todos husmeando en la vida de la estrella. Y entonces Mike habló, habló y dio entrevistas y es el muchacho del momento y vienen los fans que mandan mails calentorros y Mike se divierte y dice cosas como "llegué a vivir con una mina para que me pagara la comida y la luz".
La chica, si hoy lee esa entrevista, debe sentirse un poco mal. ¿O habrá estado todo claro?

–Eso que dijiste, ¿fue tanto así o algo, un poquito al menos, la querías?

Por primera vez en toda la charla, Mike Amigorena se toma un respiro. Cierra los ojos. ¿Será un silencio de verdad o está comprando al periodista, haciéndole creer que va a escuchar una revelación inédita?

–En realidad –dice y hay otra pausa– en realidad no viví con una mina para eso. Pero…sí, salí un tiempo, no sé, garchábamos. No fue largo el período, igual. No…–sonríe, remueve con la cucharita el pocillo vacío, mira hacia la vereda– , no se puede sostener –y todo lo que dice de ahora en más lo dice de un tirón, como para no volver a hablar del asunto–, no se puede sostener, eso estaba claro. No, no, no. No lo pude hacer, no podría haber dormido. Fui claro y le dije: "Mirá, yo de vos no me voy a enamorar, ni ahora ni nunca". Fue una daga. Cómo será que no me sale ni decirlo ahora. ¿Enamorado? No, no. Y sí, pagaba todo, me tiraba unos pesos.

La negación

–Da la impresión de que todo lo hacés para cumplir un mapa ya preestablecido, siempre impulsado por el deseo ¿hay algo que no quieras hacer y hacés?
–Trabajar. Trabajar. Es una paradoja. A mí lo que me gusta es no tener compromisos y para hacer eso, tenés que trabajar. Y trabajar de lo que a mí me gusta, está bueno pero no quiero. Me gustaría trabajar poco, me gustaría ir al gimnasio, aprender
piano, hacer camping, paracaidismo, buceo, ir al spa, comer, comer, comer, pero para hacer todo eso, tenés que laburar. Entonces soy muy disciplinado. Soy un pájaro, desde que soy así de chiquito. Los maestros le decían a mi mamá: "Mire, su hijo es brillante cuando quiere pero muchas, muchas veces no quiere".

–Y este asunto de seguir a rajatabla tu intuición, ¿qué problemas te trajo, si es que te trajo alguno?
–Y, la negación. A veces se te cae un edificio y no lo ves, está bueno verlo de joven. Yo casi no hice terapia, dicen que con la terapia lo vas limando. Hay que aprender que uno es como es por esto, por esto y por esto. Hasta los 23, 24 años, negaba muchas cosas.

–¿Qué negabas?
–La existencia de los otros. No perderlos de vista. La pareja. Esa seguridad de que te hablo te da un poder y una debilidad por otro lado. Esa debilidad te puede dejar solo. Por eso ahora a mí no me afecta nada. Nada me tumba, ni la pérdida. Si me doy cuenta, me rectifico al toque, no me preguntes cómo. Pero bueno, fue doloroso para otras personas que tuvieron que decirme: "*$##?¡, ponete en mi lugar". Ahora no hago nada que involucre o perjudique al otro, antes me importaba un huevo el otro.

–Has recibido unas buenas cachetadas de los que te dijeron: "Che, estoy acá, no me ignores".
–Claro. El "¿quién te pensás que sos?"

–Y hoy ¿quién te pensás que sos?
–Un artista, un entretenedor.

–Convencido de que todo lo que tiene se lo merece.
–Claro, por el trabajo que vengo haciendo. Todo lo que tengo, mínimo, me lo merezco. Pero si se corta, me repongo. Tenía cero problema cuando no tenía qué comer, y era igual, así como me ves ahora. Me lo merezco, soy un rey. Ya me van a sacar el cetro en cualquier momento, por eso ahora lo disfruto, pero sé muy bien que no es eterno.

–En este trayecto habrás visto gente impresionante y gente que daba impresión.
–No tengo recuerdos de gente de *$##?¡, porque la huelo o no sé, pero no me topo con gente de *$##?¡; o no me doy cuenta.

–No te creo. ¿Incluso trabajando en televisión?

Otro silencio, otra vez la cucharita girando en el vacío.

–Bueno, para la televisión tengo un antivirus, si no estoy frito. Si yo quiero ser como soy, estoy frito, me muero, me quedo solo, me sale una úlcera. Hay una mediación constante para trabajar en televisión. Tenés que ser mediador entre vos y la televisión.

–¿Cómo lo aprendiste?
–Por la adaptación que me tocó en la pensión. Comía la fetita, pero tenés que tener una cabeza para decir ¿qué hago?, ¿Me vuelvo a Mendoza?

–¿Fue una tentación volver?
–No, jamás. Me adapté, que es lo que me pasa ahora con el éxito. Me adapté y también me puedo adaptar a la pérdida, al "se acabó". No me planifico porque ya estoy hecho. Ya está. Vendrá otro Pells, o no. Pero sí voy a tratar toda la vida de cautivar, algunas veces lo lograré y otras veces no.

–¿Y nunca tuviste un plan B, por si todo esto se caía?
–Alguna vez pensé en ir a arreglar motos a Amsterdam, porque ya empezaba a ver cómo era el medio. Eso de que digan: "Sí. ¿De parte de Mike Amigorena? No, decile que no estoy". Me decían eso y me desesperaba, porque yo sabía que tenía que hacerlo pero me preguntaba ¿cómo hago? ¿Qué hay que hacer? ¿Por dónde se empieza? Hoy me topo con las personas que se hacían negar cuando las llamaba y bajan la cabeza. Y pienso: "¿Sabés qué? Sos un queso, no sos nada, te lo perdiste”. Y ya me olvidé y hay indiferencia. No soy rencoroso por mucho tiempo.

El regreso

Hace veinte años no podía caminar por Maipú. Lo buscaban por ladrón de pasacasetes. Hoy tampoco puede caminar, pero por otros motivos.

–La gente me recibe con lágrimas en los ojos. Esto fue muy reciente. El intendente de Maipú me invitó a desayunar en la municipalidad. Estaban todos en su comitiva, los secretarios, no sé. ¡Y el tipo se me largó a llorar!¡Toda la comitiva llorando! Y yo diciendo: "¡Bueno, Ernesto, bueno!" Y él que me decía "para nosotros es muy fuerte". Ahora hago algunos PNT en donde nombro a Maipú y se vuelven locos.

–El tipo por el que no daban dos pesos.
–Ni por mí ni por Maipú.

–¿Usaste en esta entrevista algunas de las respuestas ensayadas en Maipú, frente al espejo del baño?
–Sí, más de una. Pero sólo las que eran en castellano.

–El plan se está cumpliendo entonces.
–No podía ser de otra manera.

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